
Tercera edición del festival simultáneo de Sinnamon, en Madrid y Barcelona y primera edición que competía directamente con el otro gran festival veraniego en España, el Festival de Benicassim. Además, por si eso fuera poco, los hermanos Morán nos ofrecían un minifestival en la capital, el Saturday Night Fiber, con Morrissey, Mika, Babyshambles, Siouxsie, Rumble Strips y sin duda el grupo más interesante del cartel: My Bloody Valentine. En realidad, para todos aquellos que no podíamos sufragarnos un viaje a la costa, el Summercase aplastaba, a pesar de los dublineses My Bloody Valentine, al festival hermano del FIB, con grupos como Blondie, Mogwai, The Verve, Sex Pistols, The Raveonettes, Los Planetas o Grinderman, aunque sin duda no podía competir con el espectacular cartel del festival levantino, con Leonard Cohen a la cabeza.
En el plano organizativo, el festival tuvo lugar en la ubicación inmunda de las dos anteriores ediciones. Un pedregal seco y polvoriento en medio de la nada en un municipio alejado, mal comunicado y realmente caluroso en pleno verano madrileño, seco, asfixiante y casi hiriente. Con más de 20.000 almas deambulando por hectáreas de polvo (por apenas 2.500 en el Saturday Night Fiber), la organización solo tuvo a bien plantar en medio del maremagnum sonoro de 3 escenarios y una carpa (centro geográfico del recinto) unos cuantos metros cuadrados de césped para que los asistentes pudieran descansar un minuto. Si a esto le sumamos los precios abusivos de costumbre en cuanto a bebida, y no alcohólica, y a comida, y las estúpidas medidas de seguridad (prohibido introducir botellas de agua CON TAPÓN) tenemos todos los ingredientes para hacer de la estancia en el recinto un suplicio continuo. Esto quizá evidencie el tercermundismo de la capital española en materia cultural, pero en definitiva, debemos censurar a la organización en este aspecto.
Ya en plano musical, lo usual en festivales veraniegos: Mucho concierto y de poca calidad.
VIERNES
El viernes se iniciaba con la actuación de un grupo vigués, Ragdog, que nos presentaban un directo soporífero, previsible y evidente que nos hacían preguntarnos qué hacían en un festival tan importante, quizá responsabilidad de los patrocinadores que convierten este evento en un gigantesco mercado. Tras Ragdog, aparecían los británicos The Kooks, aclamadísimos por los numerosos asistentes, digamos, de clase media-alta, que poco menos que nos torturaron, bajo un sol de justicia con un concierto tan aburrido y poco inspirado como el anterior. Uno de tantos grupos sobrevalorados de la escena actual. Y hablando de grupos sobrevalorados, aparecían Dorian, en otro de los escenarios, ante de nuevo, el clamor popular. En realidad, al menos Dorian tienen una canción encantadora, titulada A cualquier otra Parte que hizo las delicias del público y sin duda fue el mejor momento de su concierto.
Se acercaba la hora de ver uno de los grupos sorprendentes y que más tenían que ofrecer del cartel, aún a pesar de dejar de ver a los históricos The Breeders. Se trata de los galeses Los Campesinos!, que ofrecieron un concierto divertidísimo, aunque plagado de fallos técnicos para nada achacables a los jovencísimos músicos. Probablemente uno de los grupos con más proyección de la escena actual. Al finalizar, debíamos presentar nuestros respetos a uno de los dinosaurios del cartel. Hablamos de The Stranglers, que con un sonido sobrio ofrecieron un concierto de hits, incluído la magnífica Golden Brown, uno de esos himnos inmortales.
Obviando a los terribles Kings of Leon, hora de reponer fuerzas y prepararnos para uno de los platos fuertes del día: los escoceses Mogwai presentando Young Team, posiblemente su disco más crudo y desgarrador, cumpliendo 10 años de su publicación. Y efectivamente, presentaron Young Team en el orden del disco y con un concierto absolutamente espectacular, brillante y tan oscuro como potente, eso sí, salpicado por pequeños fallos de sonido que en realidad, poco importaron. Nos dejaron uno de los momentos estelares del festival con la maravillosa Mogwai fear Satan. Paralelamente, Facto Delaté y las Flores Azules presentaban su peculiar estilo musical, y quizá algo sobrevalorado, en la carpa, sin duda no tan poblada como el escenario de Mogwai, tras los que aparecieron en el escenario los brasileños Cansei de Ser Sexy, ofreciéndonos un concierto machacón, monótono y en esencia, y siendo concisos, insoportable.
Tras el cataclismo musical de dimensiones bíblicas creado por Mogwai, cualquier cosa que sonara en el recinto sonaría a juego de niños. Aún así, era demasiado tentador ver como se arrastra Johnny Rotten 30 años después de muerto y enterrado su grupo, ese producto de marketing llamado Sex Pistols. Y así fue, un concierto absolutamente patético y ridículo, totalmente innecesario. Retírense ya, por favor.
Afortunadamente la organización dio una alternativa al despropósito de Rotten y los suyos, los deliciosos Raveonettes, herederos del sonido (casi plagio, debemos decir) de Jesus and Mary Chain, esta vez sin el apoyo de Sharin Foo, en su hogar, embarazada, pero con su hermana en las tareas vocales. El cambio de formación se completaba con una guitarrista adicional y un bajo programado, pero con todo y con eso, ofrecieron un concierto digno.
Pasado el trago de los Pistols, aparecían en el escenario grande un grupo que siempre dio la sensación de que perdió la gracia hace tres años. Hablamos de Kaiser Chiefs, grupo que, si hubo un momento ideal para verles en directo, desde luego no es ahora. Un grupo musicalmente paupérrimo, sin ningún talento, pero que incomprensiblemente gusta, y de qué manera. Su directo es el típico, el de siempre, con los mismos chistes, los mismos bailes y las mismas gracias que de costumbre. Pero es un grupo que atrae a masas y es un caramelo difícil de rechazar para la organización.
Ya con la madrugada cerrada sobre el cielo madrileño, y paralelamente al show de Kaiser Chiefs, Gruff Rhys (Super Furry Animals) se presentaba en otro de los escenarios con su banda paralela, Neon Neon, ofreciendo un concierto curioso, con su estilo ecléctico, mezcla de Indie, pop, Hip-hop, techno y tantas y tantas músicas. Un buen concierto para pasar el tiempo.
Y el tiempo pasó hasta media hora después de lo programado, para el último concierto del día, un clásico en los festivales españoles, y el grupo más grande del Indie español. Hablamos, por supuesto, de Los Planetas. Y qué decir de J y compañía en directo. Quizá que ver un concierto bueno suyo es tan difícil como ver a España ganar la Eurocopa. Y ésta no iba a ser la noche que presenciáramos un concierto decente de Los Planetas. Con un estado físico digamos que dudoso, abrieron el concierto con temas de su último y gran disco, La Leyenda del Espacio, que evidenciaron carencias graves en la ejecución, errores de banda aficionada, y algo más, algo que faltaba en su sonido, que lo convertía en rutinario. Y esa falta de entusiasmo convirtió en un mero trámite temas tan especiales como Corrientes Circulares en el Tiempo. Sus temas nuevos son exactamente igual que los publicados en su último álbum, pero ya les conocemos, sabíamos que iban a dar un concierto malo, y no importa. La música independiente le debe mucho a Los Planetas.
SÁBADO
El segundo día de festival se vislumbraba como una jornada de posibles sorpresas y oportunidades únicas de ver a grupos míticos, tales como Blondie y The Verve.
La jornada se iniciaba con la puesta en escena del grupo paralelo de Genis (Astrud), Hidrogenesse, a eso de las 6 de la tarde en una carpa inusualmente poblada con el termómetro pasando de los 40 grados holgadamente. Qué decir de Hidrogenesse. Básicamente que mejor tomarnos su música como una broma.
Era hora de salir de la carpa y enfrentarse al calor de Julio para ver el entrañable concierto de Edwyn Collins, ex – Orange Juice, que tras dos hemorragias cerebrales y dos años de rehabilitación, volvía a los escenarios, apenas sin habla y hemiplégico, pero rodeado de excelentes músicos y con una voz sorprendentemente buena pese a su mal estado. Un gran directo incluso ignorando sus dificultades físicas.
Tras Edwyn Collins, era el momento de pasar a ver a uno de los grandes del pasado, que no del presente, Ian Brown, sabiendo que Mani, el grandísimo bajista de Stone Roses, tocaría horas después con Primal Scream, y elucubrando qué pasaría si apareciera Mani en escena. Tras varios temas, tediosos, de Brown en solitario, en efecto, apareció Mani en escena para ponernos nostálgicos con himnos pasados, himnos firmados por ese grupo de culto, Stone Roses, firmando otro de los mejores momentos del festival, coreando, en medio del polvo y la grava del piso, I Am The Resurrection.
Después de Ian Brown, uno de esos largos periodos de tiempo muerto antes de divisar la figura de Nick Cave, pero sin los Bad Seeds, y con su grupo Grinderman, en escena. Y nada más decepcionante. Cave nos mostró un concierto sucio, al más puro estilo de sus inicios, lejos de la elegancia, decadencia y oscurantismo de sus grandes Bad Seeds, y nos hizo pensar cuán lícito es tal despropósito siendo una estrella del rock tan grande como es.
Era hora de ver qué se cocía en uno de esos grupos que uno tiene curiosidad por ver. Hablamos de los chicos de Debbie Harry, toda una rockera a sus 63 años, Blondie. Y para el asombro absoluto de todos los asistentes, ya fueran fans declarados o no, presenciamos el mejor concierto (junto a Mogwai) de todo el festival. Absolutamente inmenso. 45 minutos con el acelerador a fondo, hit tras hit, himno tras himno, hasta culminar el concierto con Atomic, clímax absoluto del setlist y The Tide is High. La ovación más merecida y gustosa por parte del respetable en los dos días del festival. Desde ese momento, todos amamos un poco más a Debbie Harry, que con su sola presencia en un escenario, es capaz de meterse al público en el bolsillo de sus shorts rojos.
Solapándose con el último tema de Blondie, aparecieron Interpol en otro de los escenarios, en su primera presencia veraniega en nuestro país. Los neoyorquinos ofrecieron un repertorio pobre, quizá no muy adecuado para un festival de verano, basado en el mediocre Our Love to Admire, y salpicado por momentos de inspiración de sus otros dos álbumes. En la ejecución estuvieron fallones, llegando a interrumpir Obstacle 1. No fue el mejor concierto que pudimos presenciar, ni mucho menos de la genial banda de Paul Banks.
De nuevo debíamos visitar el escenario donde nos habíamos quedado boquiabiertos con Blondie para ver cómo se comportaban Maxïmo Park, grupo que fue de más a menos con su segundo álbum, Our Earthy Pleasures. Y al igual que Kaiser Chiefs, pero eso sí, con un talento infinitamente superior, éste no es el momento adecuado para ver un concierto suyo. Los mejores momentos obviamente, corresponden a su primer álbum, A Certain Trigger. El resto, monótono, invitaba a acudir a la docena de metros cuadrados de césped a reponer fuerzas.
Ya de madrugada, podíamos vislumbrar el ocaso del festival, y lo hacíamos con el retorno de una de las bandas míticas de los 90 (no olvidemos que son mucho más que Urban Hymns), The Verve, con la formación original. Ofrecieron un concierto excelente, con los temas que todos esperábamos, y además, de propina This is Music de A Northern Soul, y su nuevo single que sonó inesperadamente bien. Ni qué decir tiene que los temas más coreados fueron , Space and Time, Sonnet, The Drugs don’t work y evidentemente, Bittersweet Symphony. Todos aquellos que nunca antes habíamos presenciado un concierto de The Verve, vimos como Richard Ashcroft mueve a sus seguidores como nadie. Como pez en el agua en un escenario.
El punto final lo ponían Primal Scream, con el respetable en un estado etílico espectacular. Quizá no se dieron cuenta del tedio que dieron estos dinosaurios del Indie británico. Primal Scream es un grupo lo suficientemente grande como para dejar de ser tan pretenciosos. Un grupo de su categoría no debe dar un concierto tan monótono, hasta el punto que los temas de Screamadelica parecían del XTRMNTR y temas como Accelerator, un absoluto subidón de adrenalina, pasan tan desapercibidos como una gota de agua en el Océano Pacífico.
Ya no había razón para permanecer ni un minuto más en ese lugar impío. Los cada vez más numerosos (incomprensiblemente) dj’s de techno, house y música basura en general nos empujaban a abandonar, por otro año, el Summercase, a cortarnos la pulsera de plástico barato y a archivar en nuestra memoria tantos momentos de inspiración como de desesperación. Hasta el año que viene, que volveremos a bañarnos en polvo